Seguro que todos, en algún momento, os habéis cruzado con lo que solemos llamar una persona tóxica. Esos chupasangres andantes con dos piernas que te regalan una sonrisa que en el fondo le helaría las entrañas al mismísimo Sauron.
No te voy a decir nada que no sepas sobre ellos, pon tierra de por medio lo antes posible y no te fustigues con pensamientos del tipo: «Habré sido muy duro con él/ella?», la respuesta es no, no y siempre no.
Pero no quiero hablaros de los tóxicos, sino de sus némesis, de esas personas que solo con su presencia producen tranquilidad, sosiego y paz. Son personas ungidas con un aura que templa los corazones, irradian bondad y producen un sentimiento de bienestar y luminosidad, yo diría que terapéutico.
A estos les llamo los narcóticos, ya que al menos en mí, ejercen ese efecto, una sensación un poco hipnótica, casi mística.
Mi generación, que a medida que iba creciendo ha tenido que enfrentarse a la elección entre la creencia religiosa y la desesperación existencial, me hace dudar si esas personas serán ángeles que circulan entre nosotros.
En los tiempos de crispación que vivimos la presencia de estos seres es de agradecer. Yo lo celebro y disfruto cada vez que tropiezo con alguno de ellos. Con la edad y la experiencia vas aprendiendo a detectarlos, a los unos para ponerte a salvo y a los otros para disfrutarlos.
En cuanto a mi elección existencial, ahora me debato entre el cabernet y el syrah.
Para honrar a esas personas y al halo de buen rollo que reparten, os dejo una actuación de #LP versionando #HALO, que te aconsejo encarecidamente y es un buen comienzo para un buen día.
Os deseo unos felices y serenos días de navidad.