Ayer leí una noticia que me dejó helado.
La Guardia Civil, tras largas investigaciones, había detenido a dos camioneros implicados en la muerte de un motorista, este hecho ocurrió en febrero y ahora han dado sus frutos las pesquisas de la unidad de investigación que ha llevado el caso.
«Tuvo lugar una discusión de tráfico, el conductor del vehículo pesado hizo una maniobra intencionada que provocó la colisión con la motocicleta, lo cual provocó la caída del motorista.
Este fue, posteriormente, arrollado por otro camión, lo que le causó la muerte. Ambos conductores abandonaron el lugar de los hechos sin prestar auxilio al accidentado, según la Guardia Civil», cita textualmente la noticia.
¿En qué nos estamos convirtiendo? Vas viendo síntomas y tu mente trata de restarle importancia.
Empiezas pegándote con un desconocido por unos rollos de papel higiénico en el supermercado en plena pandemia, después luchas contra una señora mayor, acaparando todo el aceite de girasol que eres capaz de transportar, y que, por cierto, apenas utilizas, y terminas convirtiéndote en Mad Max, el salvaje de la carretera, embistiendo con tu camión a un tipo en moto que ha osado discutir contigo, provocando su atropello y dándote a la fuga sin prestar ayuda.
Y cuando un atisbo de culpabilidad te acecha, viene otro señor con otro camión, le pasa por encima al motorista y en lugar de parar, se larga también.
Con qué facilidad brota la maldad.
Se habla a menudo estos días del botón nuclear, y de si las personas que tienen acceso a él están en su sano juicio.
Y ¿Qué hay de nuestro propio botón nuclear, el individual? ¿Cuánto somos capaces de aguantar antes de pulsar el botón rojo que todos tenemos y que muestra nuestra peor versión?
Vivimos el mejor tiempo que ha vivido el ser humano en toda su historia, al menos en nuestro primer mundo, y, sin embargo, tenemos la paciencia y la tolerancia justa para pasar el día, si me apuras.
Soy un optimista, realista. Pero a veces me cuesta.